Sobre mí.

La primera vez que participé en la organización de un festival tenía 16 años. Eran los años 90, vivía en una ciudad pequeña y todavía no había llegado internet. Tener una minicadena y conciertos a los que ir lo fue todo para mí. Cuando en el año 2000 llegué de Ponferrada a Madrid, la música me ayudó de nuevo a sostener la vida. Hoy todavía me cuesta saber si el oficio al que me dedico fui a buscarlo o me encontró.

Durante años trabajé en la industria de la música y en televisión, hasta que un impulso y mi gusto por el arte contemporánea me llevaron a abrir Espora, un espacio dedicado al arte, el diseño y la cultura urbana con el que cumplía el sueño de iniciar un proyecto propio. La experiencia fue tan enriquecedora que desde entonces confío en una especie de pulsión intuitiva.

Así es como he tenido la oportunidad de participar en la construcción de centros culturales excepcionales como Matadero Madrid o el arrojo para embarcarme en nuevos proyectos como Side Thinkers, y las ganas para impulsar iniciativas como el Observatorio de Igualdad de Género del Ministerio de Cultura o Queremos Entrar, plataforma con la que conseguimos que los menores pudieran entrar a las salas de conciertos en Madrid.

Fueron buenos tiempos aquellos para la lírica, y también para aprender sobre mandatos, responsabilidades y diferencias entre lo comunitario, lo público y lo común.

De pequeña me recomendaron ser cuidadosa con mis deseos porque podían hacerse realidad, pero también me enseñaron que imaginando nuevos posibles podíamos cambiar el mundo, y probablemente incluso a mejor. Ese es mi compromiso político y la razón por la que me dedico al oficio del arte y la cultura.
Lo de los deseos es otro cantar.